La gente que sale temprano en invierno antes que el sol
espera temblando el tiránico ómnibus que puede parar o no.
Las chicas que asoman de algún puti club,
por no bajar precios, perdieron y piden prestado al portero del
pub.
A las ocho y media despiertan las secretarias bilingües
con sus entreabiertos tapados muy negros
que muestran hasta las ingles
y casi a las nueve arrancan sus jefes,
pisando lujosos modelos blindados, oscuros de privacidad.
Un día en la calle, un día en mi ciudad.
A media mañana el tránsito es dueño de la situación,
en las bocacalles hay duelo de trompas y pura contaminación.
En los subterráneos, los micros y el tren
van los condenados al hacinamiento en silencio sin mirar a quién.
A mediodía tiene hambre el hombre,
tiene apetito la mujer.
Esta ciudad es una mama enorme
alimentándonos a usted...a usted...a mí y a él.
El sol de la siesta calienta a los desocupados en pie
y algunas palomas a los jubilados les tiran algo de comer.
En bancos de plaza, con exitación
parejas acróbatas buscan la pose que les traiga satisfacción.
Un caos de ruidos auyenta las aves al atardecer,
se chupan la gente los taxis, las bocas de subte
y la estación de tren.
Escapa del centro hasta el mismo sol
y frente al congreso latidos de bombo son ecos
de un pobre corazón.
Un día en la calle, un día que se va.
Segundos afuera, familias a casa a ver televisión;
la noche de asfalto es un baile de máscaras,
casi una cena show:
el rey cartonero, la niña mujer,
destapan las ollas de los basureros gigantes
del Palace Hotel.
A media noche tiene hambre el hombre,
tiene apetito la mujer.
Esta ciudad es una cama enorme
para hacer el amor, dormir, fantasear, despertar
y seguir.
Un día en la calle, un día en mi ciudad.
Un día en la calle, un día que se va.
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